sábado, 23 de agosto de 2008

PALACIO PALAFÍTICO


(Para el libro Guinnes)

Los diputados eligieron finalmente el terreno para levantar el edificio de la Legislatura provincial. La decisión ya era sabida desde el momento en que se ofuscaron tanto frente a las dos únicas voces que se opusieron a esa localización. La verdad es que resultará probablemente el edificio público más original del Cono Sur: una construcción palafítica. Entiéndase que palafítica significa que será levantada, en altura, sobre pilares, al estilo (aunque en otra escala y materiales) de las casas lacustres o isleñas que se erigen así para establecerse sobre el agua o en terrenos anegadizos. Este tipo de construcción hoy puede encontrarse junto a los ríos, aquí y en algunos otros lugares del mundo (la Polinesia, deltas asiáticos, por ejemplo) y fue muy común en lagos de Europa durante la Edad de Piedra –el Neolítico, más precisamente- cuando resultaba ventajoso para los habitantes de pequeñas aldeas que éstas se adentraran en el agua, contando de este modo con pesca en la puerta, con la facilidad para desplazarse hacia otros sitios por vía acuática, pero, por sobre todo, con más eficiente control sobre el acceso de probables enemigos. Venezuela –como diminutivo de Venecia- le debe su nombre a los poblados palafíticos indígenas que llamaron la atención de los conquistadores.  
  Las casas de esta clase, hoy en día, son en general ocupadas por pescadores y habitantes ribereños de vida sencilla, alejados de las ciudades, ya que sus características hacen complicado y oneroso dotarlas de las comodidades y servicios considerados ahora esenciales, tan lejos como estamos de sus antecedentes prehistóricos. Como por debajo de ellas el agua puede fluir libremente, resultan aptas para quienes llevan una vida de intenso y constante intercambio con todas las instancias de ese hábitat y que, además, residen separados unos de otros. 
  Muy interesantes estos datos del pasado, pero ¿qué tiene que ver un Palacio Legislativo con la necesidad de movilizarse en lanchas o canoas, de tener la pesca al alcance de la mano, o con clanes beligerantes que acechen a sus moradores con lanzas de punta de piedra? (Bueno, esto último podría interpretarse). El extraño proyecto que se deberá implementar respondería a las objeciones cosechadas por la ubicación del solar seleccionado, el cual se halla en zona inundable, parte en zona prohibida y parte en zona de uso restringido, todo ello de acuerdo a la normativa vigente, particularidad que lo hace todavía más desconcertante, máxime cuando que la idea proviene de un poder del estado provincial y no de algún ávido emprendedor inmobiliario esperanzado en lucrar aun a costa de la transgresión. Pero por más que se asegure que se tratará de una excepción que allí comenzará y terminará y que no se permitirá a los particulares intentar algo parecido, este raro criterio supone de todos modos un precedente que enseguida generará y fundamentará reclamos para imitarlo. Parece lógico que tales requerimientos se multipliquen ante la provisión de infraestructura y servicios que representará para la zona la presencia de una construcción que conjugará semejantes proporciones y destino. Si prosperan -lo que no será de extrañar- surgirá un bosque de palafitos, artefactos y emplazamientos diversos que no se limitarán a detener o desviar el movimiento hídrico, sino que tomarán posesión de terrenos que es sumamente necesario mantener a salvo de todo lo que no sea vegetación, porque únicamente así, bajos y fáciles de anegar, funcionan como zona de amortiguación de las inundaciones, un resguardo para los habitantes de los lugares más altos en una ciudad cada vez más amenazada. Que en cada ocasión el agua alcance niveles más altos en calles y barrios donde antes no lo hacía, es un dato que tendemos a olvidar en cuanto sufrimos, como ahora, una sequía prolongada, y que minimizamos ante la muy relativa seguridad que otorgan los muros de las defensas. Y, además ¿cómo se podrá sostener frente a la sociedad el mandato de “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”?
  Que la instalación del edificio provocará un impacto negativo es algo que ya expresaron en los medios algunos especialistas en temas ambientales (Jorge Castillo, Ramón Vargas). Pero está al alcance de cualquiera darse cuenta de que un emprendimiento de tal envergadura no puede desarrollarse colgado del cielo y que, obviamente, el suelo será alterado y ocupado no sólo por la construcción en sí sino también por el variado equipamiento urbano que demandará, asentado en el suelo, claro. La ubicación en un bajo inundable implicará seguramente cimientos especiales y más sólidos (y más caros) y una complejidad mayor (y más cara) en la conexión y funcionamiento de agua potable y de cloacas, amén de otros artilugios que, en momentos de inundación, servirán para sortear el área anegada.  
  No resulta convincente que, a favor de dicha localización, se argumente que quienes frecuenten u ocupen el incongruente edificio se sentirán más conectados con el entorno natural. Aun si fuera efectivo, seguirá pareciendo un método excesivamente costoso y tardío de sensibilizarlos respecto del ambiente.  
  En 1999 se logró impedir un inadecuado intento de construir la Legislatura provincial en los terrenos de relleno que pertenecieran a la céntrica laguna Argüello. En esa ocasión se pretendió desviar la cuestión atribuyendo a los ciudadanos que se manifestaron en contrario una especie de desdén por una institución de la democracia, desdén que se vería reflejado en la oposición a que ésta consiguiera su edificio propio. De nuevo corresponde recordar que no hay nadie que deje de enorgullecerse cuando su país, su provincia, su ciudad, pueden exhibir instituciones verdaderamente sanas y consolidadas, además de bellos y congruentes edificios públicos que las alojen. Por lo tanto, como dijéramos en aquel entonces, si los representantes que elegimos creen percibir algún desapego de parte de sus representados, el análisis debería ser hacia adentro.  
  Siempre se considera como la mejor opción conservar los bajos inundables como áreas naturales con solamente la mínima y más indispensable intervención. Si atendemos a la intención expresada de consolidar como parque las hectáreas del predio que quedarán libres de edificación, no podemos dudar de las buenas intenciones, pero allí también cabe la incertidumbre al ver cómo otros espacios verdes públicos se han ido poblando de artefactos y construcciones, máxime con la vecindad inmediata del edificio que nos preocupa y que probablemente funcionará como un gran planeta, atrayendo, uno a uno, toda clase de elementos a su área gravitacional.  
  Hoy, cuando el INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación) incorpora a su ámbito el tratamiento de la discriminación ambiental, todavía sigue resultando más fácil entender, y hasta visualizar, el grave problema que plantean en esa esfera la desaparición de los bosques nativos o la contaminación provocada por la minería, pero mucho más difícil asumir algo que tiene que ver con los cursos y espejos de agua y acontecimientos que no son permanentes, pero que sí fijan a perpetuidad sus deletéreos efectos a largo, mediano y, frecuentemente, corto plazo. Efectos que más adelante precisarán de nuevas obras que procuren neutralizar lo mismo que se provocó. 

sábado, 16 de agosto de 2008

PRIMAVERA, BOSQUES Y CIERTO PALACIO


Y no es un cuento de hadas  

Pese a que todavía corre agosto, la estación del verdor y los colores encendidos ya sentó sus reales hace rato, y aunque ciertos días el termómetro marque pocos grados, ella se hace la desentendida ante los gorros y abrigos de la gente y continúa en lo suyo. Los mosquitos zumban con saña, y en la penumbra que antecede a la noche, desde un par de semanas atrás, se escucha el canto del zorzal, todavía un poco áspero. Rachas y tormentas no consiguieron derrumbar del todo el espléndido rosa de los lapachos que, hoy por hoy, parecen seducir universalmente, menos a algunos frentistas que reclaman su tala porque estorban la cochera, levantan las baldosas o ensucian la vereda. Los mismos vecinos que, lógicamente, preferirán árboles prolijitos y aburridos que parezcan extraídos de la maqueta de un arquitecto, y que si fueran de plástico, mejor. 
  Por el contrario, se podría creer que tanta energía lozana, tanto derroche de belleza, así como su contraparte, la devastadora y persistente sequía actual y sus ominosas consecuencias, terminarían por imprimir con fuerza en las mentes de todos la clara noción de la dependencia absoluta que mantenemos los seres vivos respecto de la vegetación y del agua; que serían suficientes para conmover y despertar conciencias sobre el valor inestimable de la vida en todas sus formas y de la necesidad impostergable de conservar y proteger, con sensata determinación y con apuro, bienes tan valiosos, indispensables y codiciados que aun poseemos pero que permitimos e incluso incentivamos que se nos esfumen o degraden, día tras día, hora tras hora -como son ríos, lagunas, humedales, bosques y pastizales nativos, suelos; así, todo junto, nada por separado, porque se conservan juntos o desaparecen, juntos también. Nuestras mentes estrechas precisan desarmar el todo en porciones para poder entender (eso suponemos), en tanto que la naturaleza arma “paquetes integrales”. La especie humana está directamente involucrada en esa progresión de extinciones, pero nos cuesta aceptar que constituimos el furgón de cola de ese peligroso tren, imposibilitados de desengancharnos ante el accidente que se avizora, a la vez que somos apenas unos recién llegados, con escaso tiempo y experiencia de estar en el planeta, con una antigüedad en él ampliamente sobrepasada –y por muchísimos millones de años- por yacarés, tortugas, cucarachas, y helechos, por mencionar a algunos. Pero sí sobresalimos, en cambio, en capacidad de destrucción del propio ambiente vital, un podio olímpico que ninguna otra especie conseguirá arrebatarnos. 
  Casi siempre -pocas veces de buena fe y generalmente con mala o peor- se destruyen los ecosistemas argumentando la necesidad de producir alimentos, de proporcionar trabajo y de generar réditos económicos. Ninguna de esas posibilidades puede ser efectiva ni extenderse hacia un futuro sin un ambiente sano que la sustente. Así es como aquí se producen alimentos y agrocombustibles que se consumen en otros lugares del mundo a costa de la intoxicación de campesinos y pobladores rurales de nuestro medio, de la contaminación del ambiente y sin que se desvanezca el hambre local; así se otorgan unos puñaditos de puestos de trabajo a cambio de la pérdida de múltiples actividades auténticamente sustentables y arraigantes; así se derriban los montes con gravísimos resultados sociales, sanitarios y climáticos, mientras que un reducido sector sí embolsa ganancias que no se derraman tal como se anunciara al principio; y por esos saldos míseros se envenena permanentemente a la gallina de los huevos de oro. 
  En estos días proliferan los anuncios públicos sobre las intenciones oficiales de propiciar un desarrollo sustentable, pero, en ese marco, resultan desconcertantes múltiples proyectos, actitudes y reacciones surgidas en las mismas áreas y que no se corresponden para nada con los propósitos enunciados. 
  Parece lo más adecuado que se debata la Ley de Protección de Bosques Nativos (*) pero no tanto que la discusión se limite a un sector, por lo cual aguardamos que enseguida se repita la instancia con una convocatoria abarcadora, ya que se trata de una cuestión cuyo impacto involucra a la sociedad en su totalidad y cuyos resultados ni siquiera comprometen únicamente a la provincia, sino al país y a la región e inciden incluso en el clima y las circunstancias mundiales. En medio de tanto discurso de sesgo pretendidamente ambiental asoma a cada párrafo la insistente consideración del monte exclusivamente como madera todavía en pie, sin asignársele otro valor.
  Sorprende además la ambivalencia de presentar y dar apoyo a industrias y actividades que resultarán indudablemente contaminantes sin que medien efectivos marcos regulatorios, una estricta observancia de leyes y normas que están en vigencia pero que las plantas ya instaladas no cumplen ni son controladas para que lo hagan.  
  Llaman muchísimo la atención, asimismo, las respuestas de gran violencia verbal que obtuvo de sus pares la diputada Alicia Terada (y aclaro que no guardo relación alguna con su partido) cuando se opuso a la elección del inadecuado terreno para edificar la legislatura provincial porque éste se encuentra ¡en una zona prohibida!, y prohibida por resoluciones oficiales específicas que fueran elaboradas tras concienzudos estudios. En la ocasión, la diputada basó su postura en contundentes fundamentos ambientales y en las normas vigentes, las que no pueden ser ignoradas, soslayadas, y mucho menos contravenidas justamente por el Poder Legislativo (y en rigor, por ningún poder ni por ningún ciudadano). La agresividad de que fue objeto de inmediato no aparenta emanar de arrebatos momentáneos, ya que se prolongó en los medios de difusión. Ante una postura tan prudente como correcta de parte de Alicia Terada, serían bien vistas las disculpas del caso y un llamado a la reflexión, ya que la clase política, con una imagen tan devaluada hoy en el pensamiento colectivo, podría tal vez quedar sospechada, por su virulenta reacción, de haber sido tocada en un punto demasiado sensible.  

(*) Ley que debe reglamentarse e implementarse -no sólo en los papeles - de manera consensuada, pero pronta y efectivamente, porque toda demora encubre de alguna manera la continuidad de la depredación.