sábado, 27 de septiembre de 2008

MÁS ÁRBOLES, PERO NO CUALQUIER ÁRBOL

  No sabemos cómo se hallará el tiempo al momento de publicarse estas líneas, pero hasta ahora estamos disfrutando -al fin- de una semana de primavera que se corresponde con su concepto clásico: flores, brotes verdes, cielos azules, pájaros, días de sol discretamente cálido y noches y amaneceres frescos. Un respiro después de los altibajos de un invierno que alternó algunas semanas de bajas temperaturas con días de 36º y un frío final de estación.

  En este hermoso período –breve quizás-, cuando el ambiente se muestra tan benigno, pareciera que se dan las mejores condiciones para amigarnos con la naturaleza. Pero para eso hay que detenerse a observarla, a reflexionar sobre ella, a intentar comprenderla, a seguir los hilos de sus tramas -a la vez sutiles y extremadamente complejas- en las que nuestras vidas están insertas e interactuando, por más que permanezcamos ajenos y despistados acerca de la existencia de esa red que nos contiene.

  Tan poca atención se presta a la urdimbre de la vida que se termina por no verla en su integridad sino fragmentada y separada en casilleros, lo que vuelve muy difícil la comprensión de lo relacionados que están cada una de esos “sectores” que aislamos. Como esa aislación se da sólo en nuestras mentes y conductas pero no en la realidad, se provocan así resultados catastróficos.

  Es de esa manera que no conectamos los problemas que sufrimos con nuestros propios actos que los desataron. Últimamente vivimos agobiados por los fenómenos meteorológicos de una atmósfera alterada, pero la preocupación lleva casi siempre a idear estrafalarias soluciones tecnológicas (cuando no más desastrosas todavía) o a visualizar a las situaciones críticas como a tentadoras posibilidades de nuevos y grandes negocios; todo antes que recurrir a la alternativa sensata de detener las causas y abocarse prontamente a moderar y paliar los efectos de un desorden climático que ya resulta incontenible.  

  En esta parte del mundo estamos sobrellevando los castigos simultáneos de inundaciones, fatales sequías, suelos erosionados, calores más agobiantes, fenómenos meteorológicos más violentos e imprevistos. Y como toda calamidad, ésta no es (ni puede serlo nunca) puramente ecológica, sino que va acompañada de sus más temibles consecuencias socioeconómicas. Sin embargo, la depredación que se comete sobre la naturaleza sigue aquí su curso como si nada.

  El cambio climático mundial se refuerza, por un lado, por las emisiones de gases de efecto invernadero (las quemas de bosques también los producen) y, por otro, por el descomunal arrasamiento de la vegetación que podría absorberlos. Este hecho global se repite en escala menor en cada población, y peor cuanto mayor es ésta. Cada ciudad genera su propia isla de calor potenciada por el cemento que acumula la temperatura del día a la vez que la irradia por la noche, y potenciada también por la escasez creciente de espacios auténticamente verdes con abundante forestación, por la disminución lamentable tanto del arbolado de veredas como de los patios y jardines particulares con tierra, plantas herbáceas, arbustos y, reiteremos, con muchos árboles. No obstante, el arbolado urbano de Resistencia no se limita a encontrarse en retroceso, sino que en muchos -demasiados- barrios es mínimo o casi inexistente desde sus comienzos, como si el sol no los azotara nunca. Allí se superponen la costumbre, característica de los responsables de las nuevas urbanizaciones, de primero allanar cuanto sobresalga en el terreno -sin respetar ni siquiera la vegetación preexistente que no estorbaba a las construcciones- más el abandono en que caen luego los propietarios, achicharrados por el verano pero tardos en advertir los notables beneficios de un vecindario verde y sombreado, y también reacios a la sola idea de verse obligados, en algún momento del año, a barrer hojas o flores caídas.  

  A estas actitudes disociadas que se reproducen en todos los órdenes, se le agregan, en el ámbito rural, y como si no hubiera suficiente con la desolación promovida por topamientos e incendios, los planes de forestaciones industriales que distorsionan el sentido de poblar la tierra de árboles, implantando falsos “bosques” aunque sus impulsores insistan en llamarlos así. Son monocultivos de árboles exóticos que implican quitar previamente la flora nativa, son uniformes, sin biodiversidad, no atraen a la fauna autóctona, no crean sotobosque, no son fuente de trabajo, y sumamente importante: consumen el agua de las napas, con frecuencia hasta el agotamiento y, por todo lo apuntado, van en detrimento de la vida de las comunidades y los pobladores rurales al ocasionar la pérdida de sus actividades habituales, de sus posibilidades de sustento y, como vimos, hasta del agua más indispensable.

  Aun los monocultivos de especies nativas –algo mejor que los de foráneas- siguen siendo monocultivos y no bosques, porque los verdaderos bosques son infinitamente más que un conjunto de árboles, constituyen comunidades de seres vivos que durante siglos o milenios construyeron una especial y cruzada relación de interdependencia, entre sí, con el suelo y con el clima, que es como decir que “aprendieron” a convivir, intercambiar, y a estar estrechamente comunicados. Vista así esta relación, se entiende lo imposible que resulta restaurarla una vez devastada.

  El pasado 21 de septiembre fue el Día Internacional Contra los Monocultivos de Árboles. Cabe aclarar que esta conmemoración no fue establecida por algunos locos románticos, habitantes de ciudades, sino por la unión de muchas asociaciones que, en los más diversos lugares del mundo (África, el sudeste asiático, América latina y Oceanía), reúnen a campesinos y aborígenes que han sufrido, sufren, y siguen resistiendo como mejor pueden los males causados por la destrucción de sus bosques y por la implantación de estos cultivos que irrumpieron y se extendieron sobre sus antiguas tierras acorralándolos y sumergiéndolos en la miseria. 

sábado, 13 de septiembre de 2008

TENEMOS QUE ESCUCHARNOS

El estudio de impacto ambiental (EIA) del proyectado Parque Industrial en Puerto Vilelas tuvo su Audiencia Pública de evaluación el lunes pasado en el salón de usos múltiples de la EGB Nº848 de esa localidad. El acontecimiento tuvo mucha repercusión, y la sigue manteniendo, debido no sólo a su crecida convocatoria y a la trascendencia del tema que debía tratarse sino a sus extrañas particularidades, a los episodios que lo fueron signando y a su maratónica duración (de las 9 de la mañana a las 16). Debemos convenir en que, finalmente, en realidad se perdió la ocasión de evaluar el EIA. Veremos por qué.

  Los medios de comunicación ya dieron espacio a las explicaciones técnicas de especialistas en impacto ambiental y abogados acerca de las notorias falencias exhibidas tanto por el estudio de impacto ambiental como por la propia convocatoria a la audiencia, razones que los llevaron a pedir la anulación de esta última y que no les fuera aceptada. Dichos fundamentos no nos resultan ajenos, pero por razones de espacio nos abocaremos por ahora a puntualizar algunos otros aspectos de ese singular acontecimiento, que por haber sido tan prolongado y repleto de pormenores sui generis, requeriría muchas páginas.

  Tal como lo habíamos previsto y expuesto en la nota de la semana pasada, no se cumplieron, previamente a la audiencia, los imprescindibles pasos de información a la comunidad sobre el tema que se abordaría, información completa, veraz y absolutamente necesaria para la totalidad de la gente, pero de un modo especial para quienes se habían anotado para hablar. Y esa carencia se hizo más que evidente en las expresiones vertidas durante todo el transcurso del acto. Cabe reconocer que el desconocimiento se hizo extensivo a las autoridades que presidieron el acto, tal como lo registraron la decisión de retirarse enseguida del Sr. Ministro (la que fue impedida, reglamento de audiencias públicas en mano, por algunos participantes, ellos sí, enterados); el clima descontrolado que se permitió prevaleciera durante esas siete horas consecutivas; la constante distracción de las autoridades de la obligación de mantener el orden en la sala; la actitud permisiva –salvo unos suaves llamados de atención- para con los bombos que interrumpían a los oradores en cuanto éstos empezaban a esbozar una actitud crítica hacia el proyecto, así como también permisiva para con los gritos e insultos que no merecieron ninguna reconvención; las desconexiones repetidas que sufría el micrófono cuando estaba en manos de objetores del proyecto; los arbitrarios cortes al uso de la palabra (siempre a los de ese mismo sector); la prolongación de los tiempos cuando el discurso apoyaba irrestrictamente al parque industrial aunque en ningún momento se lo razonara; el permitir (detalle pintoresco) que una docente se extendiera -sin ser interrumpida- en agradecimientos a las autoridades por la refacción de su escuela y al intendente por haberles conseguido un viaje a los alumnos, lo que contrastó con las advertencias a los que “se salían del tema” y que, en un caso llamativo, llegó a la suspensión a quien mencionó los problemas aborígenes debidos a la deforestación que se incrementará para alimentar a cierta industria; cuestión -según el Sr. Ministro- que no tiene nada que ver con el asunto del parque industrial; agreguemos que la intolerancia reinante produjo dos conatos de agresión física, uno contra la persona del Dr. Raúl Montenegro, ambientalista de prestigio internacional que se hallaba presente, y otro contra una representante de un movimiento de desocupados que se animó a cuestionar los antecedentes y procedimientos de las empresas. Hubo más de ese mismo tenor y es una pena, porque audiencia (del latín audire, oír) es eso, básicamente, el acto de oír, la oportunidad y el momento para escuchar, entonces, si no se quiere oír, no hay audiencia, y eso significa la frustración de lo que hubiese sido un excelente ejercicio de la democracia y del mutuo respeto; respeto – que es muchísimo más que tolerancia- de las autoridades para con los ciudadanos y de éstos entre sí.

  No hay que caer en la confusión que en estos días cundió entre los medios al dar por sentado que una audiencia es un debate, cuando no lo es. En una audiencia cada uno expone su postura y fundamentos, sin discutir ni confrontar, y luego se sacan las conclusiones. No es un clásico Boca- River y tampoco debe parecérsele.

  En el desarrollo de la audiencia se registraron varios hechos un tanto extraños al carácter de este acto cívico. Uno de ellos fue que el salón se encontraba con su interior cubierto íntegramente con pancartas, todas del mismo material, escritas con la misma letra prolija y en los mismos colores (rojo y azul) aunque estuviesen atribuidas a distintos movimientos o grupos y, todas sin excepción, pregonaban un total apoyo al parque industrial y a la planta de arrabio. También tenía las mismas características la que portaba un grupo de vecinos. Otra circunstancia que llamó la atención fue el descuido en que incurrió el ministro Judis, pese a su indudable experiencia, al reiterar en varias oportunidades y pidiendo un poco de calma a los más agitados, que la reunión no contaba con fuerzas de seguridad. Obviamente que algún exaltado lo podría haber interpretado como que tenía el campo libre, y los más tranquilos como que su seguridad no estaba garantizada.

  Siempre, y en todos los ámbitos, cada vez que se plantean críticas a la radicación de actividades contaminantes o de algún modo riesgosas, se las quiere frenar con la argumentación de que, cuando estén establecidas, se efectuarán férreos controles que no les permitirán infringir las normas (aun cuando esta aseveración no pueda hasta la fecha sustentarse en ningún ejemplo de que eso se esté cumpliendo ni se haya cumplido en ningún orden). Después de esta audiencia de la que participamos nos queda el interrogante acerca de cómo se podrá ejercer fiscalización y autoridad nada menos que sobre empresas y dentro de los recintos de su propiedad o usufructo, cuando que no se tiene capacidad siquiera para controlar a un grupo de personas en un salón escolar.

  Esa falta de información general que debió ser provista al público con antelación –y a la que hacíamos referencia más arriba- se volvió muy notoria en varios puntos. Uno de ellos fue la idea expresada por prácticamente todos los oradores favorables a la instalación del parque industrial, quienes asumían –erróneamente- al “ambiente” como algo aparte y extraño a los seres humanos y no, como sabemos, una integralidad que abarca la naturaleza, a lo que la humanidad cambió y construyó en ella y a la humanidad misma. Al entenderse gente y ambiente como dos cosas diferenciadas se plantean también falsas oposiciones, como entre cuidado del ambiente y la creación de fuentes de trabajo, sin notar que uno sustenta a la otra; o entre ambientalistas por un lado y por el otro la gente deseosa de tener trabajo y satisfacer sus necesidades básicas. Está claro que mantener a la población en tal error, así como en estado de carencia y sin ofrecerle alternativas laborales –que existen y son satisfactorias- colabora con el apoyo irrestricto que ésta pueda prestar a producciones insustentables y de riesgo. También deberá comprenderse que el tema no se limita a “contaminación sí” o “contaminación no”, que es muchísimo más amplio y que la afectación puede darse no únicamente por contaminación, ya que contempla muchos ítems.

  Otro concepto muy difundido y expresado fue el de que cuanto se haga en una localidad -en Puerto Vilelas en este caso- es competencia exclusiva de los habitantes de ese sitio y que nadie más debe opinar. No hubo oportunidad de aclararles que las grandes sumas que demandará el parque industrial saldrán de fondos que no son propios del municipio involucrado; que para disponer de esas sumas deberán – en estos tiempos nada florecientes- posponerse obras y erogaciones cuya falta afectará a otros chaqueños; que los impactos sobre el recurso agua o sobre el recurso pesca no se dan sobre un patrimonio ni siquiera meramente de la provincia sino de la nación; que la enorme deforestación provincial a la que obligará el abastecimiento de carbón para ciertas plantas (como la de arrabio especialmente) provocará más de lo que ya tenemos: graves desórdenes de todo tipo: meteorológicos (sequía, inundación), desertificación del suelo; más de la miseria, enfermedad y angustia que aquejan a los pequeños campesinos (criollos y aborígenes) y que ya se extiende a los pueblos; además, entre otros factores de larga enumeración, la intensificación de la presión sobre los conglomerados urbanos de los desplazados rurales. En fin, y esta deficiencia le cabe también al EIA, no se toman en cuenta los impactos a mediana y larga distancia, en el espacio y en el tiempo, y que no constituyen, de ninguna manera, “una cuestión diferente”.

  Dejamos en el tintero muchas facetas de este asunto, pero no podemos omitir algo sumamente importante. Se entiende perfectamente que mucha gente sin trabajo y llena de preocupación haya concurrido a la audiencia a hacer catarsis de su situación y a rogar con desesperación por empleos. Y es inadmisible que alguien haya señalado a los ambientalistas como sus virtuales enemigos. Lo único que queremos y por lo que bregamos no sólo los ambientalistas sino todas, absolutamente todas las personas de bien, es que se produzca empleo, que se generen fuentes de trabajo, pero trabajo legítimo, y que se consiga esto haciendo las cosas tan bien hechas como para que la amarga experiencia por la que ya transitó esa gente tan sufrida de ver esfumarse todas sus industrias, no vuelva a repetirse, nunca más. Vayamos entonces en pos de desarrollos sustentables, locales y con arraigo. Hoy –no nos engañemos- ni las grandes empresas, ni las fábricas, ni las tecnologías ni las finanzas son lo que fueron en un añorado pasado. Ni aquí ni en el resto del mundo. Ahora todo es veloz y volátil, todo viene y se va raudamente según la conveniencia de decisores que, con frecuencia, casi nadie llega a conocer y residen en otros países; las tecnologías consumidoras de recursos los agotan en tiempo récord y se marchan dejando desolaciones sin recuperación ni remedio. Nadie puede desear tal destino a sus hermanos, compañeros y vecinos, a otros seres humanos. Es por eso que creemos que sería de una crueldad extrema exponer a la gente a nuevas y más terribles frustraciones y que cada proyecto debe ser analizado en profundidad sin abrirle alegremente la puerta a cualquier vendedor de ilusiones de cuyas intenciones y métodos estamos obligados a dudar, en resguardo de nuestras vidas y bienes, hasta que nos demuestren muy fehacientemente lo contrario.  

sábado, 6 de septiembre de 2008

PARTICIPACIÓN CIUDADANA

  Al momento de leerse estas líneas ya habrá concluido la Jornada Legislativa sobre la Tierra Pública desarrollada en el recinto de la Cámara de Diputados en la mañana del viernes 5, y también la Jornada Ciudadana sobre el mismo tema, celebrada por la tarde en el auditorio del Colegio de Bioquímicos. Por su importancia, del transcurso de ambas daremos cuenta prontamente en este medio. Pero, como además están pendientes otras instancias participativas en torno de cuestiones de propiedad y usos de la tierra del Chaco y también acerca del impacto de proyectadas radicaciones industriales –todos asuntos de suma trascendencia e impacto socio-ambiental-, no obstante la aparente obsolescencia de publicar estas consideraciones previas a un evento que ya sucedió, creemos que resulta pertinente reflexionar sobre el valor, el contexto y los alcances de reuniones de estas características, tales como audiencias públicas, talleres, asambleas y debates.

  En la pasada semana, y durante tres días, se amontonaron y superpusieron en verdadera multitud los eventos culturales que apuntaban a un mismo perfil de concurrentes. Visto en superficie el hecho daría la imagen de una gran efervescencia local en ese campo, pero en realidad tal acumulación sólo obligó a opciones difíciles, frustraciones, abruptas entradas y salidas, y a significativas ausencias en varios espacios. Por esta razón no es posible medir los resultados de cada uno de estos encuentros simultáneos cuya coexistencia en un mismo tiempo diluyó la eficacia de todos los demás y dispersó esfuerzos.

  De la misma forma que en el ejemplo anterior, se multiplican actualmente diversos ámbitos que convocan a los ciudadanos a exponer, pensar y discutir variados aspectos de la acuciante realidad, ya sea en forma permanente o por única ocasión. Son muy bienvenidos siempre y cuando provean de abundante información previa –publicidad no es lo mismo-, y en tanto ayuden a esclarecer los temas que se abordan, a cotejar respetuosamente las opiniones diversas, a adoptar decisiones informadas y meditadas y a que la sociedad tome voz y rumbo en lo que concierne a su destino. Pero también de acuerdo a lo que veíamos antes, no deberíamos confundir la mera agitación con actividad provechosa, ni la mucha deliberación inocua y sin pasos siguientes con un real ejercicio de la democracia. Justamente porque son éstas oportunidades y lugares absolutamente preciosos tenemos la obligación moral de custodiar su significado y su valor. Ocurre con frecuencia que su sentido se desvirtúa –sobre todo cuando se los ofrece desde el poder- a veces porque funcionan como entretención para los sectores más inquietos (según el diccionario, entretener: tener a uno detenido y en espera), como canalizador de energías que no conducen luego a ninguna parte y sólo cumplen con una formalidad puramente enunciativa. También sucede en estas circunstancias que –tenazmente- se procura sacar de eje las cuestiones para eludir a todo trance la discusión de los puntos críticos.

  Hemos visto repetidas veces, en todos los niveles, incluso en conferencias internacionales, que, habiendo grupos más impacientes y preocupados, se los junta en asamblea entre pares, mientras “los mayores”, los “verdaderamente importantes”, aprovechan que “los chicos están jugando juntos” se retiran por la puerta de atrás y se marchan –ellos también juntos- a decidir cosas “en serio” y sin ser molestados, pero además con el alivio que les supone no haber prestado para nada el oído a las expresiones que desean fervientemente no tener que escuchar. Las conclusiones a las que lleguen “los niños” no son de cuidado, en el mejor de los casos hasta se las editará con buena encuadernación, serán distribuidas y a otra cosa. Parece demasiado obvio decir que a eso no se le puede llamar democracia. Como tampoco son democráticas ni libres las medidas que se resuelven en áreas de ningún gobierno si allí también se está condicionado a directivas del poder económico. Y esto me remite a una conferencia de José Saramago (portugués, premio Nobel de literatura) que decía “Lo que está mal en la democracia es que no la critiquemos. Y porque no la criticamos corremos el riesgo de perderla”. Por eso, criticarla y analizarla es como afinar una herramienta de precisión imprescindible para el trabajo diario; en tanto que concurrir a foros y debates, participar en ellos y cuidar celosamente la esencia de éstos, es la práctica necesaria para aprender el oficio, nunca dominado del todo, de vivir en democracia verdadera.