sábado, 6 de septiembre de 2008

PARTICIPACIÓN CIUDADANA

  Al momento de leerse estas líneas ya habrá concluido la Jornada Legislativa sobre la Tierra Pública desarrollada en el recinto de la Cámara de Diputados en la mañana del viernes 5, y también la Jornada Ciudadana sobre el mismo tema, celebrada por la tarde en el auditorio del Colegio de Bioquímicos. Por su importancia, del transcurso de ambas daremos cuenta prontamente en este medio. Pero, como además están pendientes otras instancias participativas en torno de cuestiones de propiedad y usos de la tierra del Chaco y también acerca del impacto de proyectadas radicaciones industriales –todos asuntos de suma trascendencia e impacto socio-ambiental-, no obstante la aparente obsolescencia de publicar estas consideraciones previas a un evento que ya sucedió, creemos que resulta pertinente reflexionar sobre el valor, el contexto y los alcances de reuniones de estas características, tales como audiencias públicas, talleres, asambleas y debates.

  En la pasada semana, y durante tres días, se amontonaron y superpusieron en verdadera multitud los eventos culturales que apuntaban a un mismo perfil de concurrentes. Visto en superficie el hecho daría la imagen de una gran efervescencia local en ese campo, pero en realidad tal acumulación sólo obligó a opciones difíciles, frustraciones, abruptas entradas y salidas, y a significativas ausencias en varios espacios. Por esta razón no es posible medir los resultados de cada uno de estos encuentros simultáneos cuya coexistencia en un mismo tiempo diluyó la eficacia de todos los demás y dispersó esfuerzos.

  De la misma forma que en el ejemplo anterior, se multiplican actualmente diversos ámbitos que convocan a los ciudadanos a exponer, pensar y discutir variados aspectos de la acuciante realidad, ya sea en forma permanente o por única ocasión. Son muy bienvenidos siempre y cuando provean de abundante información previa –publicidad no es lo mismo-, y en tanto ayuden a esclarecer los temas que se abordan, a cotejar respetuosamente las opiniones diversas, a adoptar decisiones informadas y meditadas y a que la sociedad tome voz y rumbo en lo que concierne a su destino. Pero también de acuerdo a lo que veíamos antes, no deberíamos confundir la mera agitación con actividad provechosa, ni la mucha deliberación inocua y sin pasos siguientes con un real ejercicio de la democracia. Justamente porque son éstas oportunidades y lugares absolutamente preciosos tenemos la obligación moral de custodiar su significado y su valor. Ocurre con frecuencia que su sentido se desvirtúa –sobre todo cuando se los ofrece desde el poder- a veces porque funcionan como entretención para los sectores más inquietos (según el diccionario, entretener: tener a uno detenido y en espera), como canalizador de energías que no conducen luego a ninguna parte y sólo cumplen con una formalidad puramente enunciativa. También sucede en estas circunstancias que –tenazmente- se procura sacar de eje las cuestiones para eludir a todo trance la discusión de los puntos críticos.

  Hemos visto repetidas veces, en todos los niveles, incluso en conferencias internacionales, que, habiendo grupos más impacientes y preocupados, se los junta en asamblea entre pares, mientras “los mayores”, los “verdaderamente importantes”, aprovechan que “los chicos están jugando juntos” se retiran por la puerta de atrás y se marchan –ellos también juntos- a decidir cosas “en serio” y sin ser molestados, pero además con el alivio que les supone no haber prestado para nada el oído a las expresiones que desean fervientemente no tener que escuchar. Las conclusiones a las que lleguen “los niños” no son de cuidado, en el mejor de los casos hasta se las editará con buena encuadernación, serán distribuidas y a otra cosa. Parece demasiado obvio decir que a eso no se le puede llamar democracia. Como tampoco son democráticas ni libres las medidas que se resuelven en áreas de ningún gobierno si allí también se está condicionado a directivas del poder económico. Y esto me remite a una conferencia de José Saramago (portugués, premio Nobel de literatura) que decía “Lo que está mal en la democracia es que no la critiquemos. Y porque no la criticamos corremos el riesgo de perderla”. Por eso, criticarla y analizarla es como afinar una herramienta de precisión imprescindible para el trabajo diario; en tanto que concurrir a foros y debates, participar en ellos y cuidar celosamente la esencia de éstos, es la práctica necesaria para aprender el oficio, nunca dominado del todo, de vivir en democracia verdadera.