sábado, 13 de septiembre de 2008

TENEMOS QUE ESCUCHARNOS

El estudio de impacto ambiental (EIA) del proyectado Parque Industrial en Puerto Vilelas tuvo su Audiencia Pública de evaluación el lunes pasado en el salón de usos múltiples de la EGB Nº848 de esa localidad. El acontecimiento tuvo mucha repercusión, y la sigue manteniendo, debido no sólo a su crecida convocatoria y a la trascendencia del tema que debía tratarse sino a sus extrañas particularidades, a los episodios que lo fueron signando y a su maratónica duración (de las 9 de la mañana a las 16). Debemos convenir en que, finalmente, en realidad se perdió la ocasión de evaluar el EIA. Veremos por qué.

  Los medios de comunicación ya dieron espacio a las explicaciones técnicas de especialistas en impacto ambiental y abogados acerca de las notorias falencias exhibidas tanto por el estudio de impacto ambiental como por la propia convocatoria a la audiencia, razones que los llevaron a pedir la anulación de esta última y que no les fuera aceptada. Dichos fundamentos no nos resultan ajenos, pero por razones de espacio nos abocaremos por ahora a puntualizar algunos otros aspectos de ese singular acontecimiento, que por haber sido tan prolongado y repleto de pormenores sui generis, requeriría muchas páginas.

  Tal como lo habíamos previsto y expuesto en la nota de la semana pasada, no se cumplieron, previamente a la audiencia, los imprescindibles pasos de información a la comunidad sobre el tema que se abordaría, información completa, veraz y absolutamente necesaria para la totalidad de la gente, pero de un modo especial para quienes se habían anotado para hablar. Y esa carencia se hizo más que evidente en las expresiones vertidas durante todo el transcurso del acto. Cabe reconocer que el desconocimiento se hizo extensivo a las autoridades que presidieron el acto, tal como lo registraron la decisión de retirarse enseguida del Sr. Ministro (la que fue impedida, reglamento de audiencias públicas en mano, por algunos participantes, ellos sí, enterados); el clima descontrolado que se permitió prevaleciera durante esas siete horas consecutivas; la constante distracción de las autoridades de la obligación de mantener el orden en la sala; la actitud permisiva –salvo unos suaves llamados de atención- para con los bombos que interrumpían a los oradores en cuanto éstos empezaban a esbozar una actitud crítica hacia el proyecto, así como también permisiva para con los gritos e insultos que no merecieron ninguna reconvención; las desconexiones repetidas que sufría el micrófono cuando estaba en manos de objetores del proyecto; los arbitrarios cortes al uso de la palabra (siempre a los de ese mismo sector); la prolongación de los tiempos cuando el discurso apoyaba irrestrictamente al parque industrial aunque en ningún momento se lo razonara; el permitir (detalle pintoresco) que una docente se extendiera -sin ser interrumpida- en agradecimientos a las autoridades por la refacción de su escuela y al intendente por haberles conseguido un viaje a los alumnos, lo que contrastó con las advertencias a los que “se salían del tema” y que, en un caso llamativo, llegó a la suspensión a quien mencionó los problemas aborígenes debidos a la deforestación que se incrementará para alimentar a cierta industria; cuestión -según el Sr. Ministro- que no tiene nada que ver con el asunto del parque industrial; agreguemos que la intolerancia reinante produjo dos conatos de agresión física, uno contra la persona del Dr. Raúl Montenegro, ambientalista de prestigio internacional que se hallaba presente, y otro contra una representante de un movimiento de desocupados que se animó a cuestionar los antecedentes y procedimientos de las empresas. Hubo más de ese mismo tenor y es una pena, porque audiencia (del latín audire, oír) es eso, básicamente, el acto de oír, la oportunidad y el momento para escuchar, entonces, si no se quiere oír, no hay audiencia, y eso significa la frustración de lo que hubiese sido un excelente ejercicio de la democracia y del mutuo respeto; respeto – que es muchísimo más que tolerancia- de las autoridades para con los ciudadanos y de éstos entre sí.

  No hay que caer en la confusión que en estos días cundió entre los medios al dar por sentado que una audiencia es un debate, cuando no lo es. En una audiencia cada uno expone su postura y fundamentos, sin discutir ni confrontar, y luego se sacan las conclusiones. No es un clásico Boca- River y tampoco debe parecérsele.

  En el desarrollo de la audiencia se registraron varios hechos un tanto extraños al carácter de este acto cívico. Uno de ellos fue que el salón se encontraba con su interior cubierto íntegramente con pancartas, todas del mismo material, escritas con la misma letra prolija y en los mismos colores (rojo y azul) aunque estuviesen atribuidas a distintos movimientos o grupos y, todas sin excepción, pregonaban un total apoyo al parque industrial y a la planta de arrabio. También tenía las mismas características la que portaba un grupo de vecinos. Otra circunstancia que llamó la atención fue el descuido en que incurrió el ministro Judis, pese a su indudable experiencia, al reiterar en varias oportunidades y pidiendo un poco de calma a los más agitados, que la reunión no contaba con fuerzas de seguridad. Obviamente que algún exaltado lo podría haber interpretado como que tenía el campo libre, y los más tranquilos como que su seguridad no estaba garantizada.

  Siempre, y en todos los ámbitos, cada vez que se plantean críticas a la radicación de actividades contaminantes o de algún modo riesgosas, se las quiere frenar con la argumentación de que, cuando estén establecidas, se efectuarán férreos controles que no les permitirán infringir las normas (aun cuando esta aseveración no pueda hasta la fecha sustentarse en ningún ejemplo de que eso se esté cumpliendo ni se haya cumplido en ningún orden). Después de esta audiencia de la que participamos nos queda el interrogante acerca de cómo se podrá ejercer fiscalización y autoridad nada menos que sobre empresas y dentro de los recintos de su propiedad o usufructo, cuando que no se tiene capacidad siquiera para controlar a un grupo de personas en un salón escolar.

  Esa falta de información general que debió ser provista al público con antelación –y a la que hacíamos referencia más arriba- se volvió muy notoria en varios puntos. Uno de ellos fue la idea expresada por prácticamente todos los oradores favorables a la instalación del parque industrial, quienes asumían –erróneamente- al “ambiente” como algo aparte y extraño a los seres humanos y no, como sabemos, una integralidad que abarca la naturaleza, a lo que la humanidad cambió y construyó en ella y a la humanidad misma. Al entenderse gente y ambiente como dos cosas diferenciadas se plantean también falsas oposiciones, como entre cuidado del ambiente y la creación de fuentes de trabajo, sin notar que uno sustenta a la otra; o entre ambientalistas por un lado y por el otro la gente deseosa de tener trabajo y satisfacer sus necesidades básicas. Está claro que mantener a la población en tal error, así como en estado de carencia y sin ofrecerle alternativas laborales –que existen y son satisfactorias- colabora con el apoyo irrestricto que ésta pueda prestar a producciones insustentables y de riesgo. También deberá comprenderse que el tema no se limita a “contaminación sí” o “contaminación no”, que es muchísimo más amplio y que la afectación puede darse no únicamente por contaminación, ya que contempla muchos ítems.

  Otro concepto muy difundido y expresado fue el de que cuanto se haga en una localidad -en Puerto Vilelas en este caso- es competencia exclusiva de los habitantes de ese sitio y que nadie más debe opinar. No hubo oportunidad de aclararles que las grandes sumas que demandará el parque industrial saldrán de fondos que no son propios del municipio involucrado; que para disponer de esas sumas deberán – en estos tiempos nada florecientes- posponerse obras y erogaciones cuya falta afectará a otros chaqueños; que los impactos sobre el recurso agua o sobre el recurso pesca no se dan sobre un patrimonio ni siquiera meramente de la provincia sino de la nación; que la enorme deforestación provincial a la que obligará el abastecimiento de carbón para ciertas plantas (como la de arrabio especialmente) provocará más de lo que ya tenemos: graves desórdenes de todo tipo: meteorológicos (sequía, inundación), desertificación del suelo; más de la miseria, enfermedad y angustia que aquejan a los pequeños campesinos (criollos y aborígenes) y que ya se extiende a los pueblos; además, entre otros factores de larga enumeración, la intensificación de la presión sobre los conglomerados urbanos de los desplazados rurales. En fin, y esta deficiencia le cabe también al EIA, no se toman en cuenta los impactos a mediana y larga distancia, en el espacio y en el tiempo, y que no constituyen, de ninguna manera, “una cuestión diferente”.

  Dejamos en el tintero muchas facetas de este asunto, pero no podemos omitir algo sumamente importante. Se entiende perfectamente que mucha gente sin trabajo y llena de preocupación haya concurrido a la audiencia a hacer catarsis de su situación y a rogar con desesperación por empleos. Y es inadmisible que alguien haya señalado a los ambientalistas como sus virtuales enemigos. Lo único que queremos y por lo que bregamos no sólo los ambientalistas sino todas, absolutamente todas las personas de bien, es que se produzca empleo, que se generen fuentes de trabajo, pero trabajo legítimo, y que se consiga esto haciendo las cosas tan bien hechas como para que la amarga experiencia por la que ya transitó esa gente tan sufrida de ver esfumarse todas sus industrias, no vuelva a repetirse, nunca más. Vayamos entonces en pos de desarrollos sustentables, locales y con arraigo. Hoy –no nos engañemos- ni las grandes empresas, ni las fábricas, ni las tecnologías ni las finanzas son lo que fueron en un añorado pasado. Ni aquí ni en el resto del mundo. Ahora todo es veloz y volátil, todo viene y se va raudamente según la conveniencia de decisores que, con frecuencia, casi nadie llega a conocer y residen en otros países; las tecnologías consumidoras de recursos los agotan en tiempo récord y se marchan dejando desolaciones sin recuperación ni remedio. Nadie puede desear tal destino a sus hermanos, compañeros y vecinos, a otros seres humanos. Es por eso que creemos que sería de una crueldad extrema exponer a la gente a nuevas y más terribles frustraciones y que cada proyecto debe ser analizado en profundidad sin abrirle alegremente la puerta a cualquier vendedor de ilusiones de cuyas intenciones y métodos estamos obligados a dudar, en resguardo de nuestras vidas y bienes, hasta que nos demuestren muy fehacientemente lo contrario.