sábado, 7 de marzo de 2009

CON LA MIRADA EN ALTO

Durante el transcurso de este 2009 estamos recorriendo el Año Internacional de la Astronomía, según estableció la UNESCO, el organismo de las Naciones Unidas dedicado a la educación, la ciencia y la cultura. Se tomó tal determinación porque en enero se cumplieron cuatro siglos de la invención y uso del telescopio por parte de Galileo Galilei, figura emblemática de las ciencias que, como era característico en el Renacimiento, abarcó campos conexos pero hoy divididos en materias específicas: astronomía, física, matemática, filosofía, además de incursionar en todas las artes y en la literatura. 
  Como ocurre casi siempre en estos casos, se discute acerca de al menos un par de contemporáneos del científico italiano que, separadamente, podrían haberse anticipado al invento. Es probable que se trate de coincidencias, aparte de que el logro de Galileo fue perfeccionar un artefacto preexistente pero bastante más rudimentario. La importancia enorme de Galileo no la da tanto el haber conseguido el mero instrumento, sino la magnífica investigación que llevó a cabo con él. Los resultados de su trabajo fueron asombrosos y conmocionantes, para su mismo autor y para todo el mundo del conocimiento de la época, al que le abrió perspectivas antes impensables. Las consecuencias de esa apertura (y por lo tanto de ruptura con las concepciones hasta entonces vigentes acerca del universo) le valieron ataques, juicios, condenas, toda clase de penas y disgustos, la obligación de retractarse y silenciar sus descubrimientos y teorías, para terminar en una virtual auto reclusión en la que, sin embargo, continuó sus estudios hasta perder la vista, unos años antes de su muerte, acaecida en 1642.  
  En este año dedicado a la astronomía, homenajear a Galileo -tan merecidamente- no es lo único que se pretende, sino que se desea despertar el interés general por mirar el cielo y aprender más sobre las maravillas del inmenso espacio en que navega este diminuto grano de polvo que es la Tierra, nuestro hogar.
  Levantar la vista y contemplar el infinito, ya sea a simple vista, por medio de binoculares, de un modesto telescopio casero o de un poderoso instrumento de última tecnología, no puede menos que emparentarnos en el asombro con los más remotos ancestros de la humanidad, aquellos que ya puestos de pie y pensantes, echaron hacia atrás la cabeza al caer la noche y se ensimismaron en la contemplación de una oscuridad profunda pero centelleante de cuerpos luminosos y de una inmensa luna como a punto de caérseles encima (1), objetos que se desplazaban en conjunto a lo largo de las horas y de las estaciones, para ser finalmente borrados por la luz de un sol cegador imposible de mirar sino reflejado en el agua. Se trataba de una realidad incomprensible, de cosas que estaban efectivamente allí pero que no se podían alcanzar de ninguna manera. La curiosidad que encendía tal espectáculo, siempre renovado, debe haber desarrollado y estimulado muchas neuronas y conexiones cerebrales de nuestros lejanísimos antepasados. Intentaron explicaciones, advirtieron la sincronía de los ritmos estelares con los de la Tierra y aprendieron a organizar sus vidas de acuerdo a su sucesión sin perder un ápice de la reverencia y fascinación primigenias que alimentaron, y alimentan, curiosidades intensas y otro universo de mitos, de elucubraciones, de filosofía, de camino hacia las religiones.
  A muchos milenios de distancia de aquellos interrogantes iniciales, no nos sentimos tan lejos de esa humanidad arcaica desde el momento en que la ciencia, al proveernos de complejísimos aparatos de observación y medición que hasta auscultan el universo unos pasitos “fuera de casa”, y al aportarnos montañas de novísima información, sólo nos enfrentan a nuevos enigmas y abren un vistazo a especulaciones e infinitas posibilidades insólitas, áreas donde quedan bastante disminuidas las aparentemente más locas expresiones novelescas, cinematográficas y televisivas del género que se ha dado en llamar ciencia ficción.  
  Mirar el cielo y, en nuestra medida, procurar adentrarse un poco en sus misterios, dejarse embargar por el asombro (al que no son inmunes las más avezadas personalidades de la ciencia, muy por el contrario), y formularse miles de preguntas, aunque no hallemos respuestas a todas, entiendo que puede resultar muy saludable. Cuando se empieza a considerar una realidad en términos de cientos de millones de años, de años luz (2), de vacíos cósmicos, de agujeros negros, de colapsos gigantescos, de hipótesis acerca de la probable materia oscura aun no comprobada, de “agujeros de gusano” que permitirían acceder a dimensiones paralelas, de estrellas que estamos viendo hoy pero que en realidad se extinguieron hace millones de años, y muchísimo, interminablemente más, resulta imposible bajar la vista al suelo en que estamos parados y no observarlo con mucho mayor amor y respeto, porque a pesar del maltrato que le venimos propinando sigue siendo el único, absolutamente el único amable rincón del universo donde podemos desarrollar nuestras vidas, modestísimas, insignificantes vidas en tal inmensidad tan bellísima como hostil, pero nuestras vidas.  
  Apenas una mínima incursión en otros espacios y magnitudes no nos aparta de este mundo; a menos que se carezca de toda sensibilidad, sucede al revés: inspira el afán por dar trascendencia valiosa a la breve pequeñez humana, produce un intenso sentido de hermandad con todos los demás seres y vuelve absurdas la violencia y el arrasamiento que sistemática e indiferentemente se aplica a los habitantes y al reducido jardín del universo que de tan chiquito casi no se distingue en el borde de la Vía Láctea. 
  Vale la pena experimentarlo.

(1) Nuestra Luna tiene un tamaño que es el 27% del tamaño de la Tierra. De todo el sistema solar es el satélite natural más grande con respecto al planeta que orbita. 
(2) El año luz no es una medida de tiempo sino de distancia: la distancia que recorre la luz en un año, es decir, unos 9,5 billones de kilómetros.
 

jueves, 11 de diciembre de 2008

LA BOLSA O LA VIDA

Podemos comprender un poco más o un poco menos lo que está sucediendo con la economía global, pero, a esta altura, a la mayoría de los ciudadanos, pese a ser muy poco entendidos en la materia, ya no nos queda ningún temor reverencial ante la palabra de los grandes especialistas, habida cuenta que estuvieron sentando cátedra hasta un minuto antes de que se desplomara tan estrepitosamente la banca mundial de inversión. Y no nos supieron avisar. Al parecer ellos no estaban ocultando información sino que, simplemente, ni se lo vieron venir. Al menos eso es lo que uno razonablemente supone desde el llano cuando los ve correr desesperados y amanecer insomnes sin atinar a frenar la catástrofe que contribuyeron a desatar. Todavía peor, se dedican ahora a apuntalar los restos con más de lo mismo que ya colapsó, sin la mínima intención de aprovechar esta oportunidad para cambiar un sistema aberrante que divorció por completo a la economía de las responsabilidades éticas, sociales y ambientales.

  Del mismo modo que asistimos a la calamidad bancaria, vivimos igualmente el deterioro del ambiente de nuestro planeta, y no se trata, en absoluto, de dos cuestiones alejadas entre sí. Todo lo contrario: ese tajo que, como decíamos, separó lo ético, social y ambiental de lo económico, es lo que generó a la vez esta economía desquiciada, que al permitir que prevaleciera la codicia sin límites dañó gravemente a estos otros tres espacios de la vida humana, cuando que los cuatro se entrecruzan y sostienen mutuamente. Sólo al equilibrarse los cuatro se logra un desarrollo auténticamente sustentable, que para serlo tiene como una de sus condiciones básicas a la equidad. Ese equilibrio del que hablamos tiene mucho que ver con la balanza de la justicia.  

  Este esquema de saqueo sobre los bienes de las personas que produjo la actual convulsión en la economía mundial, es exactamente el mismo esquema de rapacidad voraz con que se está practicando la depredación de los recursos naturales y que dio por resultado la crisis ambiental que padece el planeta entero. Pero parece que en este último caso faltaría que el cuadro se vuelva aterrador de una manera obvia, excesiva, apocalíptica, colándose cruelmente en todos los resquicios de lo cotidiano, para que se tome completa conciencia de su magnitud. Pero la mente de quienes logran, de momento (reiteremos: de momento) sentirse a salvo, -ya sea en lo económico o en lo ambiental- se aferra con uñas y dientes a la idea falaz de que este orden de cosas todavía, de alguna manera, puede continuar y debe ser apuntalado para que siga adelante en su enloquecida carrera destructiva.

  Un verdadero terremoto, pese a sus funestas consecuencias, puede resultar tan conmocionante como educativo al enseñarnos a pensar dónde, cómo, y con qué construimos nuestras casas y sostenemos nuestras vidas. Ignorancia es falta de conocimiento, necedad es no querer aprender ni entender.  

jueves, 4 de diciembre de 2008

HÁBITAT: AMBIENTE Y JUSTICIA

La población del mundo hoy supera ligeramente las 6.727.574.990 personas. La mitad vive actualmente en zonas urbanas y, de ésta, la tercera parte en barrios marginales, esto es más de mil seiscientos ochenta millones. 

  Hay dos momentos en el año en que el día y la noche tienen igual duración: son lo que se llama equinoccios y se dan al comenzar el otoño y la primavera. Pareciera que esos puntos de arranque de ambas estaciones, tradicionalmente consideradas de temperaturas más moderadas y benignas, desatan la inspiración para designar días conmemorativos, sobre todo de carácter ambiental. Es así que las efemérides de este tipo se aglomeran en nuestra agenda a partir del 21 de marzo y lo mismo se repite desde el 21 de septiembre. Vemos que el 1 de este mes de octubre fue el Día del Mar; el 3 el de San Francisco de Asís, patrono de los pobres y de la ecología; el 5 Día Internacional de las Aves y Día Nacional de la Protección de las Aves, además de Día del Campo y Día Mundial del Aire. En la semana que viene tendremos el miércoles 8, que aunará el Día Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales (que es móvil) y el Día Nacional del Patrimonio Histórico.

  Entre tantas ocasiones conmemorativas queremos destacar una, mundial, móvil, que corresponde al primer lunes de octubre y que es de enorme significación: el Día Mundial del Hábitat. Creemos que su sentido y su relevancia, como en el caso de las más importantes jornadas recordatorias, no pueden quedar restringidos a las escasas veinticuatro horas en que recibe la mayor atención pública, sino que se constituyen en cuestión de preocupación y cometido permanente, irrenunciable, urgente, diario. La elección de esta fecha determinada sirve sólo a los efectos de concentrar los llamados a la reflexión a los gobiernos, a todos cuantos tienen en sus manos las grandes decisiones y a los ciudadanos comunes, acerca de su responsabilidad para con el mundo en que viven, para que éste resulte un lugar habitable y digno para todos, hoy y en el futuro, y para que todos, absolutamente todos, hagan realidad su derecho a una vivienda decorosa y apropiada que, como tal, disponga necesariamente de los servicios básicos. El gran objetivo es que, a su vez, los hogares estén insertos en asentamientos humanos social y ambientalmente sustentables, lo que implica luchar juntamente contra la pobreza y en pro de la calidad ambiental, términos que no son separables, como lamentablemente algunos quieren creer y hacer creer.

  Las Naciones Unidas (*) instituyó el Día Mundial del Hábitat en 1986. Desde entonces, en cada oportunidad se ha puesto el acento en un asunto en particular tal como, por ejemplo, las personas sin techo, la seguridad en las ciudades (y no sólo referida a la delincuencia), cómo influyen las mujeres en el hábitat y otros. El lema elegido para este año es Ciudades Armoniosas. La Organización de las Naciones Unidas, según su comunicado, “quiere atraer la atención sobre los peligros de un crecimiento rápido y desordenado de las ciudades”. El foco está puesto en la pobreza, en los suburbios del tipo de nuestras villas miseria y asentamientos (en otros lados se llaman favelas o chabolas), en el negativo impacto ambiental generado no sólo por su mera existencia sino también por la desarmonía, la inequidad, la injusticia en suma, que representa la realidad simultánea de otros barrios que sí cuentan con buena higiene, adecuada infraestructura, confort y servicios de calidad. Resulta impensable que un desequilibrio tan acusado no genere una insatisfacción y un disgusto constantes que sólo garantizan la explosión de conflictos. La fórmula de armonía que propone la ONU consiste en promover y asegurar “la igualdad de acceso a los recursos y a las oportunidades”.  

  La directora ejecutiva de la UN-Hábitat (Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos), Anna Tibaijuka, ya adelantó a la prensa el discurso breve y conciso que pronunciará en Angola el próximo lunes 6. Repasar sus consideraciones sería de utilidad siempre y cuando no las leamos como referidas a cuestiones ajenas o generalidades que nos tocan poco o nada. Hoy, la cuestión del hábitat es una de las más candentes en nuestro medio –aquí mismo y ahora- y una de las deudas más grandes y pendientes con cuyas consecuencias convivimos y tropezamos a cada rato. Que el problema sea mundial y que se extienda hasta en los países desarrollados no lo vuelve imposible de resolver, porque así como se extiende globalmente, también adquiere alcance global la dificultad que padecen (por decirlo de algún modo) gobiernos y decisores cuando se trata de abordar las raíces de las cuestiones y de buscar (y por lo tanto encontrar) soluciones sustentables, locales y no cosméticas, a más de la resistencia que suelen ofrecer a interesarse en proyectos de pequeña escala y en políticas que excedan el plazo de su gestiones.  

  Anna Tibaijuka pone énfasis en la pobreza urbana, como se comprende al ver las cifras que apuntamos al comienzo, pero no toma a este fenómeno como producto de las ciudades mismas sino, antes bien, de un conjunto de factores entre los que se cuentan los pésimos manejos a que se somete al ambiente, a la consecuente degradación de éste, a la falta de una sensata planificación del uso de la tierra, al irreversible cambio climático global que no se encara debidamente en serio, al excesivo consumo de energía (las ciudades se llevan el 75% del total mundial), todos temas profundamente ligados entre sí. Indica, además, la coincidencia de que mantengan igual ritmo el crecimiento de la población urbana y el calentamiento global (las ciudades emiten uno de los más elevados porcentajes de gases de efecto invernadero), lo que señala a los centros urbanos como contribuyentes a la creación de esta situación y, a la vez, como sus víctimas más vulnerables. Por eso mismo, estima la funcionaria, deben ser las ciudades las protagonistas ineludibles de cualquier plan de mejoramiento para romper el círculo vicioso del desorden ambiental. Reclama una arquitectura más inteligente y que se implementen programas para la adaptación y la mitigación de cara a los cambios climáticos.  

  El mensaje finaliza señalando que nadie es dueño de todas las respuestas, pero que es hora de plantearse las preguntas correctas y de encontrarles pronta solución en concordancia con las realidades y experiencias locales. Afirma que ésta es la oportunidad histórica de concretar un cambio positivo y pide reunir “esfuerzos para que nuestras ciudades y pueblos sean más verdes, más seguros y más equitativos”. Conviene aclarar que “verde”, expresado así, si bien contiene una referencia al arbolado, no se limita a éste sino que tiene un significado muchísimo más amplio, tal como especifica el economista Paul Elkins (economista “verde” justamente) cuando habla de “ciudades para personas”: “diversidad de empleos de la tierra y de condensación de formas urbanas; calles que sean focos de vida social y de actividad; edificios que usen la energía solar o que posibiliten de otros modos la reducción del empleo de combustibles fósiles [...]; la conservación y la rehabilitación para uso flexible de los edificios más antiguos (preferible a la demolición y nueva construcción) y suministro de servicios [los enumera] y de retirada de residuos; espacios públicos abiertos y accesibles y espacio abierto privado suficiente para familias con niños”, entre otras consideraciones acerca de la necesidad de una eficiente organización del transporte público y de la reducción del transporte personal; de la construcción de accesos fáciles y seguros; la creación de incentivos (descuentos) a hogares y empresas que practiquen la separación de los residuos, y aboga por una planificación que impida la urbanización de zonas naturales y restaure en cambio las tierras urbanas que hayan sido degradadas.  

  Pero hay algo más y absolutamente esencial que no solamente Elkins y otros sostienen como imprescindible, sino todo el movimiento ambientalista, algo que también es parte de la dignidad reclamada y de las razonables comodidades enumeradas antes en lo que respecta al hábitat urbano: el logro de la sensación de bienestar, que no nace únicamente de la satisfacción de necesidades físicas y sí también de la satisfacción de necesidades culturales y espirituales, de ver adecuadamente favorecidas las oportunidades de contacto social, todo lo cual fortalece los vínculos que enraízan y sostienen tanto la identidad como el sentimiento comunitario y la solidaridad.  

  Volviendo a las palabras de la funcionaria de la UN- Hábitat, y como siempre, luego de leer estos inobjetables discursos, ahora debemos traducirlos a nuestro lugar en el mundo, mirar a nuestro alrededor y preguntarnos sobre el grado de responsabilidad moral que nos cabe frente a estos hechos de los que somos actores cotidianos y que, la asumamos o no, de todos modos nos obliga y compromete con nuestros semejantes contemporáneos y con las generaciones que nos seguirán.  

(*) Exactamente la agencia UN-Hábitat (Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos).

sábado, 27 de septiembre de 2008

MÁS ÁRBOLES, PERO NO CUALQUIER ÁRBOL

  No sabemos cómo se hallará el tiempo al momento de publicarse estas líneas, pero hasta ahora estamos disfrutando -al fin- de una semana de primavera que se corresponde con su concepto clásico: flores, brotes verdes, cielos azules, pájaros, días de sol discretamente cálido y noches y amaneceres frescos. Un respiro después de los altibajos de un invierno que alternó algunas semanas de bajas temperaturas con días de 36º y un frío final de estación.

  En este hermoso período –breve quizás-, cuando el ambiente se muestra tan benigno, pareciera que se dan las mejores condiciones para amigarnos con la naturaleza. Pero para eso hay que detenerse a observarla, a reflexionar sobre ella, a intentar comprenderla, a seguir los hilos de sus tramas -a la vez sutiles y extremadamente complejas- en las que nuestras vidas están insertas e interactuando, por más que permanezcamos ajenos y despistados acerca de la existencia de esa red que nos contiene.

  Tan poca atención se presta a la urdimbre de la vida que se termina por no verla en su integridad sino fragmentada y separada en casilleros, lo que vuelve muy difícil la comprensión de lo relacionados que están cada una de esos “sectores” que aislamos. Como esa aislación se da sólo en nuestras mentes y conductas pero no en la realidad, se provocan así resultados catastróficos.

  Es de esa manera que no conectamos los problemas que sufrimos con nuestros propios actos que los desataron. Últimamente vivimos agobiados por los fenómenos meteorológicos de una atmósfera alterada, pero la preocupación lleva casi siempre a idear estrafalarias soluciones tecnológicas (cuando no más desastrosas todavía) o a visualizar a las situaciones críticas como a tentadoras posibilidades de nuevos y grandes negocios; todo antes que recurrir a la alternativa sensata de detener las causas y abocarse prontamente a moderar y paliar los efectos de un desorden climático que ya resulta incontenible.  

  En esta parte del mundo estamos sobrellevando los castigos simultáneos de inundaciones, fatales sequías, suelos erosionados, calores más agobiantes, fenómenos meteorológicos más violentos e imprevistos. Y como toda calamidad, ésta no es (ni puede serlo nunca) puramente ecológica, sino que va acompañada de sus más temibles consecuencias socioeconómicas. Sin embargo, la depredación que se comete sobre la naturaleza sigue aquí su curso como si nada.

  El cambio climático mundial se refuerza, por un lado, por las emisiones de gases de efecto invernadero (las quemas de bosques también los producen) y, por otro, por el descomunal arrasamiento de la vegetación que podría absorberlos. Este hecho global se repite en escala menor en cada población, y peor cuanto mayor es ésta. Cada ciudad genera su propia isla de calor potenciada por el cemento que acumula la temperatura del día a la vez que la irradia por la noche, y potenciada también por la escasez creciente de espacios auténticamente verdes con abundante forestación, por la disminución lamentable tanto del arbolado de veredas como de los patios y jardines particulares con tierra, plantas herbáceas, arbustos y, reiteremos, con muchos árboles. No obstante, el arbolado urbano de Resistencia no se limita a encontrarse en retroceso, sino que en muchos -demasiados- barrios es mínimo o casi inexistente desde sus comienzos, como si el sol no los azotara nunca. Allí se superponen la costumbre, característica de los responsables de las nuevas urbanizaciones, de primero allanar cuanto sobresalga en el terreno -sin respetar ni siquiera la vegetación preexistente que no estorbaba a las construcciones- más el abandono en que caen luego los propietarios, achicharrados por el verano pero tardos en advertir los notables beneficios de un vecindario verde y sombreado, y también reacios a la sola idea de verse obligados, en algún momento del año, a barrer hojas o flores caídas.  

  A estas actitudes disociadas que se reproducen en todos los órdenes, se le agregan, en el ámbito rural, y como si no hubiera suficiente con la desolación promovida por topamientos e incendios, los planes de forestaciones industriales que distorsionan el sentido de poblar la tierra de árboles, implantando falsos “bosques” aunque sus impulsores insistan en llamarlos así. Son monocultivos de árboles exóticos que implican quitar previamente la flora nativa, son uniformes, sin biodiversidad, no atraen a la fauna autóctona, no crean sotobosque, no son fuente de trabajo, y sumamente importante: consumen el agua de las napas, con frecuencia hasta el agotamiento y, por todo lo apuntado, van en detrimento de la vida de las comunidades y los pobladores rurales al ocasionar la pérdida de sus actividades habituales, de sus posibilidades de sustento y, como vimos, hasta del agua más indispensable.

  Aun los monocultivos de especies nativas –algo mejor que los de foráneas- siguen siendo monocultivos y no bosques, porque los verdaderos bosques son infinitamente más que un conjunto de árboles, constituyen comunidades de seres vivos que durante siglos o milenios construyeron una especial y cruzada relación de interdependencia, entre sí, con el suelo y con el clima, que es como decir que “aprendieron” a convivir, intercambiar, y a estar estrechamente comunicados. Vista así esta relación, se entiende lo imposible que resulta restaurarla una vez devastada.

  El pasado 21 de septiembre fue el Día Internacional Contra los Monocultivos de Árboles. Cabe aclarar que esta conmemoración no fue establecida por algunos locos románticos, habitantes de ciudades, sino por la unión de muchas asociaciones que, en los más diversos lugares del mundo (África, el sudeste asiático, América latina y Oceanía), reúnen a campesinos y aborígenes que han sufrido, sufren, y siguen resistiendo como mejor pueden los males causados por la destrucción de sus bosques y por la implantación de estos cultivos que irrumpieron y se extendieron sobre sus antiguas tierras acorralándolos y sumergiéndolos en la miseria. 

sábado, 13 de septiembre de 2008

TENEMOS QUE ESCUCHARNOS

El estudio de impacto ambiental (EIA) del proyectado Parque Industrial en Puerto Vilelas tuvo su Audiencia Pública de evaluación el lunes pasado en el salón de usos múltiples de la EGB Nº848 de esa localidad. El acontecimiento tuvo mucha repercusión, y la sigue manteniendo, debido no sólo a su crecida convocatoria y a la trascendencia del tema que debía tratarse sino a sus extrañas particularidades, a los episodios que lo fueron signando y a su maratónica duración (de las 9 de la mañana a las 16). Debemos convenir en que, finalmente, en realidad se perdió la ocasión de evaluar el EIA. Veremos por qué.

  Los medios de comunicación ya dieron espacio a las explicaciones técnicas de especialistas en impacto ambiental y abogados acerca de las notorias falencias exhibidas tanto por el estudio de impacto ambiental como por la propia convocatoria a la audiencia, razones que los llevaron a pedir la anulación de esta última y que no les fuera aceptada. Dichos fundamentos no nos resultan ajenos, pero por razones de espacio nos abocaremos por ahora a puntualizar algunos otros aspectos de ese singular acontecimiento, que por haber sido tan prolongado y repleto de pormenores sui generis, requeriría muchas páginas.

  Tal como lo habíamos previsto y expuesto en la nota de la semana pasada, no se cumplieron, previamente a la audiencia, los imprescindibles pasos de información a la comunidad sobre el tema que se abordaría, información completa, veraz y absolutamente necesaria para la totalidad de la gente, pero de un modo especial para quienes se habían anotado para hablar. Y esa carencia se hizo más que evidente en las expresiones vertidas durante todo el transcurso del acto. Cabe reconocer que el desconocimiento se hizo extensivo a las autoridades que presidieron el acto, tal como lo registraron la decisión de retirarse enseguida del Sr. Ministro (la que fue impedida, reglamento de audiencias públicas en mano, por algunos participantes, ellos sí, enterados); el clima descontrolado que se permitió prevaleciera durante esas siete horas consecutivas; la constante distracción de las autoridades de la obligación de mantener el orden en la sala; la actitud permisiva –salvo unos suaves llamados de atención- para con los bombos que interrumpían a los oradores en cuanto éstos empezaban a esbozar una actitud crítica hacia el proyecto, así como también permisiva para con los gritos e insultos que no merecieron ninguna reconvención; las desconexiones repetidas que sufría el micrófono cuando estaba en manos de objetores del proyecto; los arbitrarios cortes al uso de la palabra (siempre a los de ese mismo sector); la prolongación de los tiempos cuando el discurso apoyaba irrestrictamente al parque industrial aunque en ningún momento se lo razonara; el permitir (detalle pintoresco) que una docente se extendiera -sin ser interrumpida- en agradecimientos a las autoridades por la refacción de su escuela y al intendente por haberles conseguido un viaje a los alumnos, lo que contrastó con las advertencias a los que “se salían del tema” y que, en un caso llamativo, llegó a la suspensión a quien mencionó los problemas aborígenes debidos a la deforestación que se incrementará para alimentar a cierta industria; cuestión -según el Sr. Ministro- que no tiene nada que ver con el asunto del parque industrial; agreguemos que la intolerancia reinante produjo dos conatos de agresión física, uno contra la persona del Dr. Raúl Montenegro, ambientalista de prestigio internacional que se hallaba presente, y otro contra una representante de un movimiento de desocupados que se animó a cuestionar los antecedentes y procedimientos de las empresas. Hubo más de ese mismo tenor y es una pena, porque audiencia (del latín audire, oír) es eso, básicamente, el acto de oír, la oportunidad y el momento para escuchar, entonces, si no se quiere oír, no hay audiencia, y eso significa la frustración de lo que hubiese sido un excelente ejercicio de la democracia y del mutuo respeto; respeto – que es muchísimo más que tolerancia- de las autoridades para con los ciudadanos y de éstos entre sí.

  No hay que caer en la confusión que en estos días cundió entre los medios al dar por sentado que una audiencia es un debate, cuando no lo es. En una audiencia cada uno expone su postura y fundamentos, sin discutir ni confrontar, y luego se sacan las conclusiones. No es un clásico Boca- River y tampoco debe parecérsele.

  En el desarrollo de la audiencia se registraron varios hechos un tanto extraños al carácter de este acto cívico. Uno de ellos fue que el salón se encontraba con su interior cubierto íntegramente con pancartas, todas del mismo material, escritas con la misma letra prolija y en los mismos colores (rojo y azul) aunque estuviesen atribuidas a distintos movimientos o grupos y, todas sin excepción, pregonaban un total apoyo al parque industrial y a la planta de arrabio. También tenía las mismas características la que portaba un grupo de vecinos. Otra circunstancia que llamó la atención fue el descuido en que incurrió el ministro Judis, pese a su indudable experiencia, al reiterar en varias oportunidades y pidiendo un poco de calma a los más agitados, que la reunión no contaba con fuerzas de seguridad. Obviamente que algún exaltado lo podría haber interpretado como que tenía el campo libre, y los más tranquilos como que su seguridad no estaba garantizada.

  Siempre, y en todos los ámbitos, cada vez que se plantean críticas a la radicación de actividades contaminantes o de algún modo riesgosas, se las quiere frenar con la argumentación de que, cuando estén establecidas, se efectuarán férreos controles que no les permitirán infringir las normas (aun cuando esta aseveración no pueda hasta la fecha sustentarse en ningún ejemplo de que eso se esté cumpliendo ni se haya cumplido en ningún orden). Después de esta audiencia de la que participamos nos queda el interrogante acerca de cómo se podrá ejercer fiscalización y autoridad nada menos que sobre empresas y dentro de los recintos de su propiedad o usufructo, cuando que no se tiene capacidad siquiera para controlar a un grupo de personas en un salón escolar.

  Esa falta de información general que debió ser provista al público con antelación –y a la que hacíamos referencia más arriba- se volvió muy notoria en varios puntos. Uno de ellos fue la idea expresada por prácticamente todos los oradores favorables a la instalación del parque industrial, quienes asumían –erróneamente- al “ambiente” como algo aparte y extraño a los seres humanos y no, como sabemos, una integralidad que abarca la naturaleza, a lo que la humanidad cambió y construyó en ella y a la humanidad misma. Al entenderse gente y ambiente como dos cosas diferenciadas se plantean también falsas oposiciones, como entre cuidado del ambiente y la creación de fuentes de trabajo, sin notar que uno sustenta a la otra; o entre ambientalistas por un lado y por el otro la gente deseosa de tener trabajo y satisfacer sus necesidades básicas. Está claro que mantener a la población en tal error, así como en estado de carencia y sin ofrecerle alternativas laborales –que existen y son satisfactorias- colabora con el apoyo irrestricto que ésta pueda prestar a producciones insustentables y de riesgo. También deberá comprenderse que el tema no se limita a “contaminación sí” o “contaminación no”, que es muchísimo más amplio y que la afectación puede darse no únicamente por contaminación, ya que contempla muchos ítems.

  Otro concepto muy difundido y expresado fue el de que cuanto se haga en una localidad -en Puerto Vilelas en este caso- es competencia exclusiva de los habitantes de ese sitio y que nadie más debe opinar. No hubo oportunidad de aclararles que las grandes sumas que demandará el parque industrial saldrán de fondos que no son propios del municipio involucrado; que para disponer de esas sumas deberán – en estos tiempos nada florecientes- posponerse obras y erogaciones cuya falta afectará a otros chaqueños; que los impactos sobre el recurso agua o sobre el recurso pesca no se dan sobre un patrimonio ni siquiera meramente de la provincia sino de la nación; que la enorme deforestación provincial a la que obligará el abastecimiento de carbón para ciertas plantas (como la de arrabio especialmente) provocará más de lo que ya tenemos: graves desórdenes de todo tipo: meteorológicos (sequía, inundación), desertificación del suelo; más de la miseria, enfermedad y angustia que aquejan a los pequeños campesinos (criollos y aborígenes) y que ya se extiende a los pueblos; además, entre otros factores de larga enumeración, la intensificación de la presión sobre los conglomerados urbanos de los desplazados rurales. En fin, y esta deficiencia le cabe también al EIA, no se toman en cuenta los impactos a mediana y larga distancia, en el espacio y en el tiempo, y que no constituyen, de ninguna manera, “una cuestión diferente”.

  Dejamos en el tintero muchas facetas de este asunto, pero no podemos omitir algo sumamente importante. Se entiende perfectamente que mucha gente sin trabajo y llena de preocupación haya concurrido a la audiencia a hacer catarsis de su situación y a rogar con desesperación por empleos. Y es inadmisible que alguien haya señalado a los ambientalistas como sus virtuales enemigos. Lo único que queremos y por lo que bregamos no sólo los ambientalistas sino todas, absolutamente todas las personas de bien, es que se produzca empleo, que se generen fuentes de trabajo, pero trabajo legítimo, y que se consiga esto haciendo las cosas tan bien hechas como para que la amarga experiencia por la que ya transitó esa gente tan sufrida de ver esfumarse todas sus industrias, no vuelva a repetirse, nunca más. Vayamos entonces en pos de desarrollos sustentables, locales y con arraigo. Hoy –no nos engañemos- ni las grandes empresas, ni las fábricas, ni las tecnologías ni las finanzas son lo que fueron en un añorado pasado. Ni aquí ni en el resto del mundo. Ahora todo es veloz y volátil, todo viene y se va raudamente según la conveniencia de decisores que, con frecuencia, casi nadie llega a conocer y residen en otros países; las tecnologías consumidoras de recursos los agotan en tiempo récord y se marchan dejando desolaciones sin recuperación ni remedio. Nadie puede desear tal destino a sus hermanos, compañeros y vecinos, a otros seres humanos. Es por eso que creemos que sería de una crueldad extrema exponer a la gente a nuevas y más terribles frustraciones y que cada proyecto debe ser analizado en profundidad sin abrirle alegremente la puerta a cualquier vendedor de ilusiones de cuyas intenciones y métodos estamos obligados a dudar, en resguardo de nuestras vidas y bienes, hasta que nos demuestren muy fehacientemente lo contrario.  

sábado, 6 de septiembre de 2008

PARTICIPACIÓN CIUDADANA

  Al momento de leerse estas líneas ya habrá concluido la Jornada Legislativa sobre la Tierra Pública desarrollada en el recinto de la Cámara de Diputados en la mañana del viernes 5, y también la Jornada Ciudadana sobre el mismo tema, celebrada por la tarde en el auditorio del Colegio de Bioquímicos. Por su importancia, del transcurso de ambas daremos cuenta prontamente en este medio. Pero, como además están pendientes otras instancias participativas en torno de cuestiones de propiedad y usos de la tierra del Chaco y también acerca del impacto de proyectadas radicaciones industriales –todos asuntos de suma trascendencia e impacto socio-ambiental-, no obstante la aparente obsolescencia de publicar estas consideraciones previas a un evento que ya sucedió, creemos que resulta pertinente reflexionar sobre el valor, el contexto y los alcances de reuniones de estas características, tales como audiencias públicas, talleres, asambleas y debates.

  En la pasada semana, y durante tres días, se amontonaron y superpusieron en verdadera multitud los eventos culturales que apuntaban a un mismo perfil de concurrentes. Visto en superficie el hecho daría la imagen de una gran efervescencia local en ese campo, pero en realidad tal acumulación sólo obligó a opciones difíciles, frustraciones, abruptas entradas y salidas, y a significativas ausencias en varios espacios. Por esta razón no es posible medir los resultados de cada uno de estos encuentros simultáneos cuya coexistencia en un mismo tiempo diluyó la eficacia de todos los demás y dispersó esfuerzos.

  De la misma forma que en el ejemplo anterior, se multiplican actualmente diversos ámbitos que convocan a los ciudadanos a exponer, pensar y discutir variados aspectos de la acuciante realidad, ya sea en forma permanente o por única ocasión. Son muy bienvenidos siempre y cuando provean de abundante información previa –publicidad no es lo mismo-, y en tanto ayuden a esclarecer los temas que se abordan, a cotejar respetuosamente las opiniones diversas, a adoptar decisiones informadas y meditadas y a que la sociedad tome voz y rumbo en lo que concierne a su destino. Pero también de acuerdo a lo que veíamos antes, no deberíamos confundir la mera agitación con actividad provechosa, ni la mucha deliberación inocua y sin pasos siguientes con un real ejercicio de la democracia. Justamente porque son éstas oportunidades y lugares absolutamente preciosos tenemos la obligación moral de custodiar su significado y su valor. Ocurre con frecuencia que su sentido se desvirtúa –sobre todo cuando se los ofrece desde el poder- a veces porque funcionan como entretención para los sectores más inquietos (según el diccionario, entretener: tener a uno detenido y en espera), como canalizador de energías que no conducen luego a ninguna parte y sólo cumplen con una formalidad puramente enunciativa. También sucede en estas circunstancias que –tenazmente- se procura sacar de eje las cuestiones para eludir a todo trance la discusión de los puntos críticos.

  Hemos visto repetidas veces, en todos los niveles, incluso en conferencias internacionales, que, habiendo grupos más impacientes y preocupados, se los junta en asamblea entre pares, mientras “los mayores”, los “verdaderamente importantes”, aprovechan que “los chicos están jugando juntos” se retiran por la puerta de atrás y se marchan –ellos también juntos- a decidir cosas “en serio” y sin ser molestados, pero además con el alivio que les supone no haber prestado para nada el oído a las expresiones que desean fervientemente no tener que escuchar. Las conclusiones a las que lleguen “los niños” no son de cuidado, en el mejor de los casos hasta se las editará con buena encuadernación, serán distribuidas y a otra cosa. Parece demasiado obvio decir que a eso no se le puede llamar democracia. Como tampoco son democráticas ni libres las medidas que se resuelven en áreas de ningún gobierno si allí también se está condicionado a directivas del poder económico. Y esto me remite a una conferencia de José Saramago (portugués, premio Nobel de literatura) que decía “Lo que está mal en la democracia es que no la critiquemos. Y porque no la criticamos corremos el riesgo de perderla”. Por eso, criticarla y analizarla es como afinar una herramienta de precisión imprescindible para el trabajo diario; en tanto que concurrir a foros y debates, participar en ellos y cuidar celosamente la esencia de éstos, es la práctica necesaria para aprender el oficio, nunca dominado del todo, de vivir en democracia verdadera. 

sábado, 23 de agosto de 2008

PALACIO PALAFÍTICO


(Para el libro Guinnes)

Los diputados eligieron finalmente el terreno para levantar el edificio de la Legislatura provincial. La decisión ya era sabida desde el momento en que se ofuscaron tanto frente a las dos únicas voces que se opusieron a esa localización. La verdad es que resultará probablemente el edificio público más original del Cono Sur: una construcción palafítica. Entiéndase que palafítica significa que será levantada, en altura, sobre pilares, al estilo (aunque en otra escala y materiales) de las casas lacustres o isleñas que se erigen así para establecerse sobre el agua o en terrenos anegadizos. Este tipo de construcción hoy puede encontrarse junto a los ríos, aquí y en algunos otros lugares del mundo (la Polinesia, deltas asiáticos, por ejemplo) y fue muy común en lagos de Europa durante la Edad de Piedra –el Neolítico, más precisamente- cuando resultaba ventajoso para los habitantes de pequeñas aldeas que éstas se adentraran en el agua, contando de este modo con pesca en la puerta, con la facilidad para desplazarse hacia otros sitios por vía acuática, pero, por sobre todo, con más eficiente control sobre el acceso de probables enemigos. Venezuela –como diminutivo de Venecia- le debe su nombre a los poblados palafíticos indígenas que llamaron la atención de los conquistadores.  
  Las casas de esta clase, hoy en día, son en general ocupadas por pescadores y habitantes ribereños de vida sencilla, alejados de las ciudades, ya que sus características hacen complicado y oneroso dotarlas de las comodidades y servicios considerados ahora esenciales, tan lejos como estamos de sus antecedentes prehistóricos. Como por debajo de ellas el agua puede fluir libremente, resultan aptas para quienes llevan una vida de intenso y constante intercambio con todas las instancias de ese hábitat y que, además, residen separados unos de otros. 
  Muy interesantes estos datos del pasado, pero ¿qué tiene que ver un Palacio Legislativo con la necesidad de movilizarse en lanchas o canoas, de tener la pesca al alcance de la mano, o con clanes beligerantes que acechen a sus moradores con lanzas de punta de piedra? (Bueno, esto último podría interpretarse). El extraño proyecto que se deberá implementar respondería a las objeciones cosechadas por la ubicación del solar seleccionado, el cual se halla en zona inundable, parte en zona prohibida y parte en zona de uso restringido, todo ello de acuerdo a la normativa vigente, particularidad que lo hace todavía más desconcertante, máxime cuando que la idea proviene de un poder del estado provincial y no de algún ávido emprendedor inmobiliario esperanzado en lucrar aun a costa de la transgresión. Pero por más que se asegure que se tratará de una excepción que allí comenzará y terminará y que no se permitirá a los particulares intentar algo parecido, este raro criterio supone de todos modos un precedente que enseguida generará y fundamentará reclamos para imitarlo. Parece lógico que tales requerimientos se multipliquen ante la provisión de infraestructura y servicios que representará para la zona la presencia de una construcción que conjugará semejantes proporciones y destino. Si prosperan -lo que no será de extrañar- surgirá un bosque de palafitos, artefactos y emplazamientos diversos que no se limitarán a detener o desviar el movimiento hídrico, sino que tomarán posesión de terrenos que es sumamente necesario mantener a salvo de todo lo que no sea vegetación, porque únicamente así, bajos y fáciles de anegar, funcionan como zona de amortiguación de las inundaciones, un resguardo para los habitantes de los lugares más altos en una ciudad cada vez más amenazada. Que en cada ocasión el agua alcance niveles más altos en calles y barrios donde antes no lo hacía, es un dato que tendemos a olvidar en cuanto sufrimos, como ahora, una sequía prolongada, y que minimizamos ante la muy relativa seguridad que otorgan los muros de las defensas. Y, además ¿cómo se podrá sostener frente a la sociedad el mandato de “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”?
  Que la instalación del edificio provocará un impacto negativo es algo que ya expresaron en los medios algunos especialistas en temas ambientales (Jorge Castillo, Ramón Vargas). Pero está al alcance de cualquiera darse cuenta de que un emprendimiento de tal envergadura no puede desarrollarse colgado del cielo y que, obviamente, el suelo será alterado y ocupado no sólo por la construcción en sí sino también por el variado equipamiento urbano que demandará, asentado en el suelo, claro. La ubicación en un bajo inundable implicará seguramente cimientos especiales y más sólidos (y más caros) y una complejidad mayor (y más cara) en la conexión y funcionamiento de agua potable y de cloacas, amén de otros artilugios que, en momentos de inundación, servirán para sortear el área anegada.  
  No resulta convincente que, a favor de dicha localización, se argumente que quienes frecuenten u ocupen el incongruente edificio se sentirán más conectados con el entorno natural. Aun si fuera efectivo, seguirá pareciendo un método excesivamente costoso y tardío de sensibilizarlos respecto del ambiente.  
  En 1999 se logró impedir un inadecuado intento de construir la Legislatura provincial en los terrenos de relleno que pertenecieran a la céntrica laguna Argüello. En esa ocasión se pretendió desviar la cuestión atribuyendo a los ciudadanos que se manifestaron en contrario una especie de desdén por una institución de la democracia, desdén que se vería reflejado en la oposición a que ésta consiguiera su edificio propio. De nuevo corresponde recordar que no hay nadie que deje de enorgullecerse cuando su país, su provincia, su ciudad, pueden exhibir instituciones verdaderamente sanas y consolidadas, además de bellos y congruentes edificios públicos que las alojen. Por lo tanto, como dijéramos en aquel entonces, si los representantes que elegimos creen percibir algún desapego de parte de sus representados, el análisis debería ser hacia adentro.  
  Siempre se considera como la mejor opción conservar los bajos inundables como áreas naturales con solamente la mínima y más indispensable intervención. Si atendemos a la intención expresada de consolidar como parque las hectáreas del predio que quedarán libres de edificación, no podemos dudar de las buenas intenciones, pero allí también cabe la incertidumbre al ver cómo otros espacios verdes públicos se han ido poblando de artefactos y construcciones, máxime con la vecindad inmediata del edificio que nos preocupa y que probablemente funcionará como un gran planeta, atrayendo, uno a uno, toda clase de elementos a su área gravitacional.  
  Hoy, cuando el INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación) incorpora a su ámbito el tratamiento de la discriminación ambiental, todavía sigue resultando más fácil entender, y hasta visualizar, el grave problema que plantean en esa esfera la desaparición de los bosques nativos o la contaminación provocada por la minería, pero mucho más difícil asumir algo que tiene que ver con los cursos y espejos de agua y acontecimientos que no son permanentes, pero que sí fijan a perpetuidad sus deletéreos efectos a largo, mediano y, frecuentemente, corto plazo. Efectos que más adelante precisarán de nuevas obras que procuren neutralizar lo mismo que se provocó.