jueves, 11 de diciembre de 2008

LA BOLSA O LA VIDA

Podemos comprender un poco más o un poco menos lo que está sucediendo con la economía global, pero, a esta altura, a la mayoría de los ciudadanos, pese a ser muy poco entendidos en la materia, ya no nos queda ningún temor reverencial ante la palabra de los grandes especialistas, habida cuenta que estuvieron sentando cátedra hasta un minuto antes de que se desplomara tan estrepitosamente la banca mundial de inversión. Y no nos supieron avisar. Al parecer ellos no estaban ocultando información sino que, simplemente, ni se lo vieron venir. Al menos eso es lo que uno razonablemente supone desde el llano cuando los ve correr desesperados y amanecer insomnes sin atinar a frenar la catástrofe que contribuyeron a desatar. Todavía peor, se dedican ahora a apuntalar los restos con más de lo mismo que ya colapsó, sin la mínima intención de aprovechar esta oportunidad para cambiar un sistema aberrante que divorció por completo a la economía de las responsabilidades éticas, sociales y ambientales.

  Del mismo modo que asistimos a la calamidad bancaria, vivimos igualmente el deterioro del ambiente de nuestro planeta, y no se trata, en absoluto, de dos cuestiones alejadas entre sí. Todo lo contrario: ese tajo que, como decíamos, separó lo ético, social y ambiental de lo económico, es lo que generó a la vez esta economía desquiciada, que al permitir que prevaleciera la codicia sin límites dañó gravemente a estos otros tres espacios de la vida humana, cuando que los cuatro se entrecruzan y sostienen mutuamente. Sólo al equilibrarse los cuatro se logra un desarrollo auténticamente sustentable, que para serlo tiene como una de sus condiciones básicas a la equidad. Ese equilibrio del que hablamos tiene mucho que ver con la balanza de la justicia.  

  Este esquema de saqueo sobre los bienes de las personas que produjo la actual convulsión en la economía mundial, es exactamente el mismo esquema de rapacidad voraz con que se está practicando la depredación de los recursos naturales y que dio por resultado la crisis ambiental que padece el planeta entero. Pero parece que en este último caso faltaría que el cuadro se vuelva aterrador de una manera obvia, excesiva, apocalíptica, colándose cruelmente en todos los resquicios de lo cotidiano, para que se tome completa conciencia de su magnitud. Pero la mente de quienes logran, de momento (reiteremos: de momento) sentirse a salvo, -ya sea en lo económico o en lo ambiental- se aferra con uñas y dientes a la idea falaz de que este orden de cosas todavía, de alguna manera, puede continuar y debe ser apuntalado para que siga adelante en su enloquecida carrera destructiva.

  Un verdadero terremoto, pese a sus funestas consecuencias, puede resultar tan conmocionante como educativo al enseñarnos a pensar dónde, cómo, y con qué construimos nuestras casas y sostenemos nuestras vidas. Ignorancia es falta de conocimiento, necedad es no querer aprender ni entender.